MUCHOS NOMBRES, MUCHAS VIDAS
Su nombre original en náhuatl era Malinalli (1500-1527), al igual que la diosa lunar llamada Malinal o Malintzin que reinaba entre los hombres-estrella, tal y como ocurrió en su propia vida. Otra posible lectura está en el sufijo -tzin de Malintzin, representaba en su lengua original un tratamiento equivalente a Don en castellano, pero los españoles de Hernán Cortés la llamaban Malinche, cambiando el delicado lirismo “tzin” por “che”. Al españolizarse no tardó en ser bautizada como Marina, Doña Marina por su capacidad gestora y traductora entre las culturas azteca, maya y la española, aunque los indios la siguieron llamando Malinalli.
Casi con toda seguridad sabemos que nació en la región de Coatzacoalcos, en la localidad de Huilotlan, México. Los datos de que disponen los historiadores sobre el origen, estrato social y primera etapa de la vida de La Malinche son a menudo escasos y contradictorios, aunque los textos de que disponemos la describen como una mujer físicamente atractiva con una tez más blanca de lo normal pero sobre todo inteligente, desenvuelta y persuasiva. Un claro referente feminista.
Se ha especulado sobre su posible origen noble, hija de un cacique local, aunque pudiera ser que hubiera sido secuestrada y vendida como esclava en Tabasco, donde aprendió la lengua maya, y de ahí ofrecida a Hernán Cortés tras la batalla de Centla junto con otras 19 jóvenes además de objetos labrados en oro, mantas bordadas y suntuosa vestimenta de plumería. Una nueva vida comenzaba para la bilingüe Malinalli.
TRIPLE TRADUCTORA
Durante la conquista de México, los españoles se encontraron con una barrera idiomática que ralentizaba su misión haciendo que la comunicación entre las dos culturas fuese una tarea ardua y de escaso éxito. No olvidemos que en el México prehispánico los indios hablaban multitud de lenguas (el náhuatl, el maya, el tzeltal, el mixteco, el tsotsil, el zapoteco, el otomí, el totonaco, el chol y el mazateco) siendo el náuatl la más importante, equivalente al latín en Europa.
Como pasa siempre cuando hay un encuentro entre dos culturas lingüísticamente en las antípodas, las primeras aproximaciones comunicativas se centraban en el lenguaje gestual. La herramienta comunicativa principal era la improvisación. Pero el tiempo apremiaba y este sistema no podía eternizarse. Se encontró una solución algo rudimentaria pero eficaz: Malinche tenía capacidad para traducir del náhuatl al maya.
La pieza clave con la que contaba Hernán Cortés para abrirse camino en la foresta lingüística con que se habían topado se llamaba Jerónimo de Aguilar. Aguilar, que había sido prisionero de los indios, dominaba la lengua maya y era el único traductor en manos del ejército de Cortés para dialogar y negociar con los indígenas.
Por tanto se creó una triple línea comunicativa náhuatl-maya-castellano que como podréis imaginar tuvo obstáculos: el punto de intersección de la lengua maya entre Malinche y Aguilar debió de ser bastante elemental a causa de las diferencias dialectales que existían entre el maya chontal que dominaba Malinche y el de Yucatán del que Aguilar tenía algunas nociones.
Podemos imaginar la metamorfosis que experimentó nuestra protagonista: de mujer ofrecida como obsequio a Cortés a mujer (la única) imprescindible para la estrategia española. El ascenso fue meteórico, la esclava se había convertido en intérprete y consejera con alta capacidad de influencia. Se había convertido en la joya de Cortés.
Margo Glantz lo enfoca así:
“Marina, la intérprete por antonomasia, acorta las distancias, esas distancias irreductibles que separan -a partir de sus funciones sociales- a las mujeres de los hombres […] Para los indígenas ella es definitivamente la reina del discurso, y él, Cortés, el Capitán Malinche, jefe de los españoles, un hombre despojado de repente de su virilidad; carece de lengua porque sus palabras carecen de fuerza, es decir, de inteligibilidad, solo las palabras que emite una mujer que cumple con excelencia su oficio de lengua […] alcanzan a su destinatario”.
MALINCHE Y CORTÉS, TÁNDEM PARA CONQUISTAR MÉXICO
Pero Malinche era algo más que una intérprete, también informaba a los españoles de las circunstancias favorables y desfavorables de México así como de las costumbres sociales, culturales y militares de los nativos. Gracias a ella, el ejército de Cortés conocía los puntos débiles de los aztecas y los conflictos que tenían con otros pueblos y etnias, como la presión tributaria que ejercían sobre los señoríos más débiles. Esta “información privilegiada” afianzó la complicidad entre Cortés y la joven náhuatl.
Malinche no se separaba de Cortés (está en los códices) y permaneció a su lado durante toda la conquista. Sus dotes diplomáticas y lingüísticas complementadas por su capacidad de asesora militar e influencia bidireccional la convirtieron primero en su compañera y en su amante después. Cortés encandilado, no dejaba de agasajarla con fastuosas piezas de oro y lujos, entre ellos un espejo donde Malinche pudo ver su rostro por primera vez.
Bernal Díaz del Castillo lo cuenta así:
“… Doña Marina estaba siempre en su compañía, especialmente cuando venían embajadores o pláticas de caciques, y ella lo declaraba en la lengua mexicana, por esta causa le llamaban a Cortés el Capitán de Marina y para más breve le llamaron Malinche».
En esta época Malinche fue rebautizada como Marina, un nombre cristiano necesario según la legislación castellana de la época para poder continuar con su vida en común. El fruto de esa relación fue Martín Cortés en 1522, quien vivió con su madre en Coyoacán en una casa construida para ellos por orden de Cortés.
MALINCHISMO
Astuta, eficaz y consciente de su poder, jugaba a dos bandas si el propósito lo merecía. Sabemos que no deseaba enfrentamientos bélicos pero sobre todo protegía y ayudaba a Cortés, situándose sin querer en una encrucijada vital. De ahí su empeño por aconsejar a Moctezuma para que se rindiese y siguiese al caudillo como nos cuenta Gertrudis Gómez de Avellaneda en Guatimozín, último emperador de México: novela histórica (1853).
“Señor, le dijo en voz baja, soy una súbdita tuya que no puede desearte mal, y una confidencia de ellos que sabe sus intenciones. Cede, te ruego, por amor a tu vida y para evitar grandes males a tus vasallos”.
También es memorable el episodio de la conspiración dirigida por Moctezuma para aniquilar a los españoles: Malinche es avisada por una anciana de un ataque inminente para matar a los españoles. Para seguir obteniendo información sobre el asalto, y como si de una Mata Hari indígena se tratara, se las ingenió para ganarse la confianza de la mujer instalándose en su casa, sonsacando cuidadósamente hasta el último detalle de la estrategia de Moctezuma en aras de proteger a Cortés y a sus huestes. Incluso llegó a ofrecerse como esposa para el hijo de la anciana. La comunicación era plena y las averiguaciones de primera mano porque la traductora de Cortés había congeniado con la esposa de un militar de alto rango.
Ocurrió lo esperado, la respuesta del ejército español se materializó en una feroz matanza. Este acontecimiento estigmatizó a Malinche de por vida.
Para muchos, ese fue el punto de inflexión, ahí comenzó el problema. El hecho de que Malinche fuese una india unida íntimamente a Cortés, además de su intérprete con los aztecas catalizando así la conquista, significó que fuera una cómplice más de la ocupación. Su propia gente (y los nacionalistas de hoy) no solo la identificó como una facilitadora del entrismo de Cortés, sino también como una traidora a la patria. Incluso hoy día, 500 años después, se llama “malinchista” en México a la persona que prefiere lo extranjero a lo nacional.