Mucho ha llovido, sobre todo en el norte de España, desde que hace 523 años al chico más espabilado de la clase, un tal Cristóbal, le diera por cruzar el charco en busca del Nuevo Mundo. Colón el explorador no podía ni imaginarse la magnitud de su descubrimiento al desembarcar en Las Bahamas.
Lo que tiene hacerse famoso. Todavía hoy no se sabe a ciencia cierta si su origen era portugués, extremeño, gallego, andaluz, catalán, castellano, genovés (tesis ampliamente defendida) o incluso inglés. El lo ocultó por motivos religiosos, políticos o de clase social. Motivos que podrían haber hundido la carrera del Almirante.
Ni los famosos de hoy ocultan sus orígenes, ni para viajar a otro continente necesitas tu propio navío. Toda una súper generación de jóvenes universitarios, la actual, lo sabe bien y es consciente de lo que cuesta abrirse camino en una globalidad competitiva y conectada en su totalidad. ¿En qué momento se nos ocurriría pensar hace 10 años que los community managers iban a ser piezas clave en las empresas de 2015?
La vida es cambio y hay que adaptarse al medio (he entrado en «modo cita» sin buscarlo). Tendemos a vivir realizando trabajos que nos gusten cada vez más; que nuestra ocupación profesional sea nuestro hobby y que nos aporte cierta cultura. Como consecuencia la oferta universitaria y de formación en general crece en su heterogeneidad. Se adapta al medio. Los profesionales del coaching y los pilotos de drones nos lo han dejado claro.
El turismo idiomático o lingüístico (“Se llama turismo lingüístico a los viajes que se realizan al extranjero para poner en práctica actividades relacionadas con el aprendizaje de su lengua” (Baralo, 2006)) es producto de la necesidad de aprendizaje y del deseo de expansión en otras culturas. Esta forma de turismo al igual que la nueva ola de trabajos, quiere embarcar en la misma carabela de cultura y lenguaje. Aprender, viajar y divertirnos todo en una misma píldora emocionalmente buena a la que llamamos inmersión lingüística.
Hubiera sido estupendo que Cristóbal Colón y su tripulación hubiesen aprovechado sus numerosos viajes a las Indias (Cuba, Puerto Rico, Honduras o Venezuela) para practicar la lengua indígena y fomentar el intercambio lingüístico. ¿Lo hicieron? De vuelta a casa se hubieran convertido en trending topic entre las celebridades ilustradas españolas. Retwitteados una y mil veces sus préstamos léxicos y creando escuela en el sentido más amplio de la expresión:
El cacique del Caribe bajó de la hamaca y preparó una barbacoa de caimán y tiburón con guacamole. Ensalada de aguacate, tomate, yuca y maíz. Después junto a los micos y las llamas, fumaron tabaco, comieron papaya y bebieron tequila.
Colón era un hombre de mar. Los documentos escritos que conservamos del marino son una amalgama de varias lenguas en los que se pueden leer anotaciones mayoritariamente en castellano pero con evidentes giros lingüísticos naturales del portugués y catalán. A raíz de sus viajes nuestra lengua se enriqueció con novedades léxicas tomadas de las etnias precolombinas como cacahuete y tabaco o canoa y hamaca (estos últimos son los primeros americanismos según explica el almirante en su diario).
El viajero aprende mejor. Lleva y trae experiencias, costumbres, palabras. Contagia su espíritu aventurero. El viajero comprende mejor el mundo y tiene mayor conciencia de la libertad.