Como lector, ¿has pensado alguna vez que pudieras estar en peligro? Tanto si eres de Cortázar como de las «Sombras de Grey», queremos que sepas que nunca vas a estar a salvo. Serás presa de tus autores y de sus palabras y no sólamente de cuánto y qué lees. Sorpréndete y corre el riesgo. Pon en peligro tu suerte de lector.
Cristina Vidal, profesora de Syllabus desde 2014, reflexiona con la certeza que la caracteriza sobre los riesgos personales, sociales, cuantitativos y cualitativos de ser lector hoy día.
¡Enhorabuena y gracias!
Quisiera advertir a los posibles lectores de este artículo del porqué de su redacción. Una serie de motivos me han llevado a la conclusión de que el lector está en peligro, dentro de la literatura y, por supuesto, fuera de ella. Hace poco asistí a la evaluación de un trabajo sobre literatura, evaluación que debía realizar un tribunal ducho en la materia, y digo “debía” porque en el turno de preguntas uno de sus miembros le preguntó que qué era eso a lo que llamaba “pacto de lectura”. El alumno, ojiplático, necesitó un tiempo de reacción al entender que, efectivamente, el tribunal desconocía el término con el que había estado hilando todo su trabajo. Este hecho añadido a otras preguntas, ya alejadas de la vida académica, como: “Y ese Cortázar, ¿quién es?” o “¡A saber qué es esto de La Odisea!”, me hicieron plantearme lo que, a continuación, detallo.
La primera pregunta lógica es saber cuántos lectores existen actualmente, a lo que el CIS (Centro de Investigación Sociológica) nos responde que solo el 35% de la población española no lee nunca o casi nunca, mientras que un 65% lee una vez al trimestre y el 29,3% lo hace todos o casi todos los días. Entendemos estos lectores como consumidores de literatura, dejando la prensa en otro plano.
Es entonces cuando llega la segunda pregunta: qué se lee. De nuevo el CIS arroja luz sobre esta cuestión, dejando la novela como clara ganadora del ranking, destacando la novela histórica y la de aventuras. Dejando a un lado los datos, mi experiencia personal trabajando en una biblioteca me abrió las puertas al mundo de la lectura actual. Novelas históricas, novelas policiacas, novelas sentimentales (y más que sentimentales, eróticas), todas tenían su público. Bueno, todas no, tan solo aquellas con cierto olor a best-seller, a nuevo o a autoayuda. Los clásicos quedaban cubiertos de polvo, en novela, en poesía y, no digamos, en teatro. Solo un hombre acudía a remover aquellas estanterías, es incluso curioso revelar que lo conocíamos como “Quijote”.
El lector sabio debe estudiar el terreno, conocer al enemigo y medir sus palabras, solo así podrá salir ileso del asunto.
Con todo ello, volvemos al tema principal: el peligro de ser lector. Ser lector (ya sea trimestral o habitual) puede crearnos algunos problemas. El lector de literatura rápida, refiriéndonos con ello a libros que no se complican ni en su lenguaje ni en su trama, corren el peligro de ser juzgados por aquellos del sector más elitista. Por otra parte, el sector elitista puede ser calificado de pedante cuando introduce alguna lectura reciente en una conversación entre amigos. Nadie se salva. Querer incluir a Cortázar (por nombrar el ejemplo anterior) en una conversación de bar no es siempre bien recibido, pero no resulta menos peligroso hablar de si se ha leído o no la famosa trilogía de Grey. El lector sabio debe estudiar el terreno, conocer al enemigo y medir sus palabras, solo así podrá salir ileso del asunto (o eso creerá).
Pero el lector (y esto ya entra en relación con la anécdota del tribunal) no solo corre peligro entre amigos, lectores o no, sino que se encuentra en manos del autor o, mejor dicho, de la propia ficción. Todo lector escoge un libro teniendo una serie de conocimientos previos, unas ideas preconcebidas de aquello que encontrará en el texto; es aquello que Jauss, basándose en Gadamer, llama “horizonte de expectativas”. Es aquí donde el lector firma el contrato o pacto de lectura: “yo como lector de este texto espero encontrar en él la estructura y componentes de una novela”. La confianza del lector en el autor es total, sin embargo, como ya hemos dicho, el peligro se encuentra en cualquier parte y el lector nunca está a salvo, corre el riesgo de ver cómo ese pacto de lectura se rompe y entra, irremediablemente, en el juego de la ficción.
Ya no solo hablamos de un Quijote que lee sus hazañas y se permite juzgar, ni de un personaje que busca un autor que escriba sus vivencias en alguna obra de Pirandello, ni del gran teatro del mundo calderoniano. El lector corre peligro cuando un personaje rebelde le sorprende en una nivola diciendo que morirá, dirigiéndose directamente a él y amenazándolo. Sálvese quien pueda de aquella continuidad de los parques de Cortázar, de la conspiración de los personajes, del asesinato, de la muerte, la muerte del lector.
Queda añadir que asomarse a la literatura siempre conlleva un riesgo, sorprenderse, poner en peligro tu horizonte, convertirte en ente de ficción y, ¿por qué no? morir como ente ficticio. Pero, ¿qué es el lector? ¿qué somos nosotros? o, en palabras de Unamuno: “¿Qué es hoy, en la tierra, Cervantes más que Don Quijote?”.