TURISMO LINGÜÍSTICO: EL ENCANTO DE VIAJAR A TRAVÉS DEL IDIOMA.

El Palacio de la Magdalena es el edificio más simbólico de Santander.

De cuando en cuando tenemos la suerte de contar con un escritor/a invitado que nos ameniza el blog con sus inquietudes. Esta semana estamos encantados de que Marian, nuestra alumna en prácticas de la UNIR, haya querido darnos su punto de vista sobre un tema que conoce muy bien: el turismo lingüístico, también llamado turismo idiomático.

Por Marian López.

EL TURISMO IDIOMÁTICO, LINGÜÍSTICO O TURILINGÜISMO SON UNA COSA DE SIEMPRE.

Turismo lingüístico es un término relativamente nuevo para una práctica de toda la vida: viajar por un país mientras practicamos o aprendemos su idioma; es decir, una fusión entre ocio y aprendizaje. Tiene todo el sentido eso de zambullirse y empaparse completamente de su cultura: sus costumbres, artes, gastronomía, conocer a sus gentes y por supuesto su idioma. Todo lo que habíamos imaginado, leído o estudiado se materializa ahora siendo viajeros parlanchines mientras estamos de vacaciones.

La experiencia para el turista lingüístico lo es en su totalidad. Algo así como la puesta en escena de lo aprendido o como formar parte de la película que ya conocíamos porque nos convertimos en un actor más. El viaje se llena de sorpresas y novedades lingüísticas, si no que se lo pregunten a un tal Cristóbal.

Desde muy niña me atrajo siempre el mundo del turismo. Mi pasión por viajar, descubrir lugares diferentes, conocer otras culturas y costumbres, otras gentes, enriquecerme de las vivencias y experiencias en otros entornos, me llevó a estudiar la carrera de Turismo en la Escuela Universitaria de Turismo Altamira en Santander.

Mi estancia en la escuela durante cuatro años, fue una época que recuerdo siempre con mucho cariño. Tuve la suerte de disfrutar mis años universitarios en un lugar extraordinario, situado en un enclave inigualable. La escuela emerge sobre la playa del Sardinero. Desde su cafetería y su biblioteca solía disfrutar de las bellas estampas que cada día me regalaba la playa del Sardinero y nuestra hermosa costa color esmeralda, un mar a veces embravecido y otras veces en absoluta calma.

En aquel tiempo, la playa se convertía diariamente en una tentación difícil de obviar. De vez en cuando, me invitaba a cambiar alguna clase por un ratito de sol y risas entre compañeros. He de confesar que, en alguna que otra ocasión, me dejé seducir.

La 2ª playa del Sardinero en primavera.

Adoro esta tierra, Cantabria, su influencia celta, la amplia variedad de opciones que brinda a los miles de turistas y curiosos que cada año desean explorarla y que sin duda no les deja nunca indiferentes. Es un must en el norte de la España Verde.

Los visitantes disfrutan de su afamado turismo rural, repleto de tranquilos pueblos, de paseos y caminos de peregrinos, de valles que quitan la respiración y de playas de postal. Cada rincón de esta región cuenta una historia única que refleja su rico patrimonio cultural y natural. La presento siempre con orgullo y le otorgo el valor y el reconocimiento que merece, por todo lo mágico y especial que alberga y ofrece.

Recuerdo una anécdota muy divertida que siempre me viene a la mente y no puedo evitar sonreír cuando la saco a relucir entre amigos y algunos alumnos de español. El verano pasado, mientras realizaba una visita guiada en el refugio antiaéreo de Santander con mi hijo, un chico ucraniano que estaba en el mismo grupo de visita, interrumpió al guía exclamando: “perdón, estoy muy caliente y agobiado”¿puedo salir por favor? Ipso facto todos nos miramos y estallaron las carcajadas, mientras que el chico se quedó sorprendido y confundido por nuestra reacción.

Me acerqué y le dije:- tranquilo, sería más correcto decir: «tengo calor” en lugar de “estoy caliente”. Él, amablemente, me dijo que estaba aprendiendo español en un curso intensivo. Inicialmente se quedó paralizado y un poco avergonzado por su error, pero cuando le expliqué el sentido de la frase, rápidamente se unió a la diversión. Fue una anécdota que resultó inolvidable. 

Por costumbre heredada, he estado también vinculada al mundo de la hostelería trabajando junto a mis padres y mis hermanas durante mucho tiempo en el restaurante familiar; lo que me ha permitido conocer diversidad de clientes y muchos turistas procedentes de distintas nacionalidades. Esta experiencia ha sido clave para desarrollar la profesión que he ejercido durante los últimos 7 años como docente en el ámbito del turismo y la hostelería.

Marian en un descanso durante sus prácticas en Syllabus.

Me hace sentir bien ocupar mi mente aprendiendo cosas nuevas, soy una persona inquieta en este aspecto y por eso el año pasado me embarqué en el apasionante mundo de la enseñanza de español como lengua extranjera y comencé el máster en ELE en la Universidad de la Rioja. Y ¡cómo es de caprichosa la vida!, que como quien lanza un boomerang hoy me encuentro caminando de nuevo por aquellos pasillos y aquellas aulas donde hace 25 años reía y compartía anécdotas con mis compañeros de carrera.

Esta vez en cambio lo hago acompañada de Marcos Villa, mi tutor y director del centro Syllabus, donde realizo mis prácticas. Marcos me ha concedido la oportunidad de iniciar mi experiencia docente impartiendo clases de español con alumnos únicos procedentes de diferentes partes del mundo como, Roger, Gildas, Matt, Lisa, Antonio, Helena… una mezcla de nacionalidades y culturas que ha creado un ambiente de enriquecimiento mutuo. Todos ellos han supuesto una fuente de enriquecimiento personal y profesional inolvidable. Tienen como denominador común su interés por nuestra lengua y a la vez, se sienten muy atraídos por Cantabria, y especialmente por Santander.

Mis alumnos durante estas prácticas son la prueba fehaciente del binomio “turilingüismo”, el emergente y potente turismo idiomático que se oferta en nuestra provincia (y resto de España).

Syllabus, por su parte, es un centro embajador de esta modalidad de turismo ya que basa y concibe el español como parte de un “todo”, donde los estudiantes disfrutan su inmersión lingüística plena en todos los ámbitos que ofrece la ciudad: gastronomía, cultura, costumbres, deporte, etnografía y demás peculiaridades.

Ha sido para mí un placer acompañar a los estudiantes a descubrir esta “infinita” tierra a través de mi lengua materna, el español.

Syllabus is the school for the people who Spanish

WANDERLUST

www.syllabus.es

Wanderlust. Un término de moda que en poco tiempo se ha adueñado de las redes sociales, los blogs y la publicidad. Después de guguelear un rato, la definición más recurrente y precisa que os puedo ofrecer es la siguiente: «Un fuerte impulso o deseo por vagar, viajar y explorar el mundo».

La palabra de origen alemán estaba formada por wandern (viajar) + lust (disfrute). El inglés la tomó prestada y la transformó en lo que hoy conocemos como Wanderlust o pasión por viajar.

Wanderlust nos llama a experimentar lo desconocido. A dejar atrás una rutina sin sentido. Al desafío de lo imprevisible. A arriesgarse a descubrir culturas, estilos de vida y comportamientos nuevos.

 

Fernweh

En español no tenemos una palabra que defina este ansia por escapar y descubrir nuevos lugares. Sin embargo otras lenguas reflejan en su vocabulario el sentimiento o «necesidad de distancia». En alemán se conoce como Fernweh y tiene su antónimo en Heimweh (nostalgia).

 

El turismo idiomático, cada vez más en boga, se asocia con esta modalidad viajera. Queremos una experiencia más completa, algo así como «ya que me abro camino y quiero descubrir un lugar nuevo, por qué no aprender su idioma también». Este enfoque lingüístico-vacacional es la manera más llevadera e inteligente de aprender una lengua. Mejor cultivar un idioma en un ambiente auténtico y si la aventura nos acompaña, mejor.

Pero cuando oímos la palabra Wanderlust nadie piensa en viajes de negocios ni en aburridas excursiones organizadas. Más bien divisamos imágenes de solitarias playas perdidas en alguna parte, autobuses desvencijados dirigiéndose hacia una puesta de sol, sonrisas, parajes montañosos que solo se pueden recorrer con una mochila al hombro y mucho tiempo por delante o pintorescas y vibrantes escenas urbanas cargadas de tipismo y multi-cultura.

Decir de paso que esta tendencia ha sido útil para recuperar la memoria de escritores errantes como Mark Twain, Antoine de Saint-Exupéry, Truman Capote, Pablo Neruda o el español Pío Baroja. De alguna manera los clásicos literarios son los que mejor entienden este deseo de perderse y experimentar lo auténtico. El valor de lo esencial prevalece sobre lo accesorio y lo primitivo, sobre lo flamante y moderno. Si no, que se lo pregunten a Joseph Conrad.

El neologismo en cuestión lleva en su ADN una desesperada huída hacia adelante en la que todas las unidades de tiempo importan, como en una road movie cuenta el conjunto. El viaje como liberación tiene un componente espiritual. Nos influye la clase de desconexión voluntaria que deja pasar aquella información que nos hace sentir bien. Captar los instantes de magia, impagables y nuevos, que nunca se volverán a repetir. De vuelta a casa queremos un yo renovado, en la línea de la conciencia zen.

El tiempo vuela y deberíamos volar con él, o al menos viajar para perdernos o para encontrarnos o como cantaban Los Zombies en 1980 (aquel cuarteto adolescente que puso banda sonora a los primeros años de la Movida), para buscar desesperadamente al ser amado.

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El viajero aprende mejor.

Cristóbal Colón

Mucho ha llovido, sobre todo en el norte de España, desde que hace 523 años al chico más espabilado de la clase, un tal Cristóbal, le diera por cruzar el charco en busca del Nuevo Mundo. Colón el explorador no podía ni imaginarse la magnitud de su descubrimiento al desembarcar en Las Bahamas.

Lo que tiene hacerse famoso. Todavía hoy no se sabe a ciencia cierta si su origen era portugués, extremeño, gallego, andaluz, catalán, castellano, genovés (tesis ampliamente defendida) o incluso inglés. El lo ocultó por motivos religiosos, políticos o de clase social. Motivos que podrían haber hundido la carrera del Almirante.

Ni los famosos de hoy ocultan sus orígenes, ni para viajar a otro continente necesitas tu propio navío. Toda una súper generación de jóvenes universitarios, la actual, lo sabe bien y es consciente de lo que cuesta abrirse camino en una globalidad competitiva y conectada en su totalidad. ¿En qué momento se nos ocurriría pensar hace 10 años que los community managers iban a ser piezas clave en las empresas de 2015?

La vida es cambio y hay que adaptarse al medio (he entrado en «modo cita» sin buscarlo). Tendemos a vivir realizando trabajos que nos gusten cada vez más; que nuestra ocupación profesional sea nuestro hobby y que nos aporte cierta cultura. Como consecuencia la oferta universitaria y de formación en general crece en su heterogeneidad. Se adapta al medio. Los profesionales del coaching y los pilotos de drones nos lo han dejado claro.

El turismo idiomático o lingüístico (“Se llama turismo lingüístico a los viajes que se realizan al extranjero para poner en práctica actividades relacionadas con el aprendizaje de su lengua” (Baralo, 2006)) es producto de la necesidad de aprendizaje y del deseo de expansión en otras culturas. Esta forma de turismo al igual que la nueva ola de trabajos, quiere  embarcar en la misma carabela de cultura y lenguaje. Aprender, viajar y divertirnos todo en una misma píldora emocionalmente buena a la que llamamos inmersión lingüística.

Hubiera sido estupendo que Cristóbal Colón y su tripulación hubiesen aprovechado sus numerosos viajes a las Indias (Cuba, Puerto Rico, Honduras o Venezuela) para practicar la lengua indígena y fomentar el intercambio lingüístico. ¿Lo hicieron? De vuelta a casa se hubieran convertido en trending topic entre las celebridades ilustradas españolas. Retwitteados una y mil veces sus préstamos léxicos y creando escuela en el sentido más amplio de la expresión:

El cacique del Caribe bajó de la hamaca y preparó una barbacoa de caimán y tiburón con guacamole. Ensalada de aguacate, tomate, yuca y maíz. Después junto a los micos y las llamas, fumaron tabaco, comieron papaya y bebieron tequila.

Colón era un hombre de mar. Los documentos escritos que conservamos del marino son una amalgama de varias lenguas en los que se pueden leer anotaciones mayoritariamente en castellano pero con evidentes giros lingüísticos naturales del portugués y catalán. A raíz de sus viajes nuestra lengua se enriqueció con novedades léxicas tomadas de las etnias precolombinas como cacahuete y tabaco o canoa y hamaca (estos últimos son los primeros americanismos según explica el almirante en su diario).

El viajero aprende mejor. Lleva y trae experiencias, costumbres, palabras. Contagia su espíritu aventurero. El viajero comprende mejor el mundo y tiene mayor conciencia de la libertad.

Optimismo

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La bombonería santanderina A Petit alegra la vista y el espíritu

Optimismo
 
  1. 1.
    nombre masculino

    Tendencia a ver y a juzgar las cosas en su aspecto más positivo o más favorable.
    «No oculta su optimismo ante el porvenir de la ciencia».
    antónimos: pesimismo

Si no viene hay que salir a buscarlo porque siempre ayuda.

Los cambios de estación, de ciclo, las nuevas aventuras son la oportunidad perfecta para dejar que nuestras velas se inflen con aire fresco hacia el rumbo escogido. A veces, sin darnos cuenta percibimos estímulos que de manera automática van construyendo un episodio de vida desconocido hasta entonces. Una novedad que contrasta, quizá, con la linealidad obstinadamente monocromática o en el peor de los casos el «volantazo» ha sido fruto de un repetitivo y aburrido SOS, Save Our Souls, en el que estábamos enfrascados.

El cambio de aires puede tener muchas formas pero siempre debe de buscar una versión mejorada de nosotros mismos. Es cada vez más habitual ver como la gente joven, consciente del valor de nuestro tiempo, tomamos decisiones que sumen tanto en lo profesional como en lo personal, un ejemplo de ello está en el llamado turismo idiomático, en el que es igual de importante la experiencia lingüística mas allá de nuestras propias fronteras para continuar aprendiendo como divertirnos y descubrir.

En Syllabus llevamos tiempo defendiendo esta tesis. Las reglas, la matemática del lenguaje están en los libros (y de ahí no se van a mover), también la realidad que nos rodea aparece reflejada en ellos aunque sobre esto habrá opiniones,  pero la experiencia real del aprendizaje está afuera en la calle, en el mercado, en una bombonería, en los bares, en la peluquería (la de cosas que se pueden aprender en una peluquería). ¿Te imaginas lo extraño que resultaría descubrir a través de un libro lo que es una lonja, los sonidos y olores que allí habitan, pudiendo visitarla en una clase práctica?

Se aprende mejor de buen humor y con verdadero interés cuando la materia que se nos presenta nos gusta, nos apetece. Una actitud despierta, receptora y optimista es lo que necesitamos. El optimismo se aprende y se contagia, nos da seguridad y mejora la sociedad. ¡Optimicémoslo!

Marcos.