Las Sinsombrero. Aquella constelación apagada.


Las Sinsombrero

Sombrero (RAE):

De sombra y -ero.

  1. m. Prenda para cubrir la cabeza, que consta de copa y ala.
  2. m. Prenda de adorno usada por las mujeres para cubrirse la cabeza.
Una generación completa a medias.

En España 1927 fue un año con nombre de generación. Al final de la década de 1920, surgió un grupo de intelectuales y artistas de vanguardia que cambió para siempre el panorama cultural español: Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Luis Cernuda, Gerardo Diego o Vicente Aleixandre son algunos de los miembros más destacados de ésta élite: La Generación del 27. Supuso la cúspide creativa literaria durante la primera mitad del siglo XX.

A la mayoría de vosotros no os sonarán nombres como Josefina de la Torre, Maruja Mallo, María Teresa León o Marga Gil Roësset entre otras. No os suenan por el hecho de ser mujeres, a pesar de haber dejado tras de sí una obra como mínimo del mismo nivel que la de sus compañeros de generación. Ellas, las mujeres de la Generación del 27, eran una constelación de escritoras, escultoras, actrices, poetas, articulistas, cantantes, traductoras, pintoras, compositoras e ilustradoras que no obtuvieron el mismo reconocimiento que sus colegas varones, con los que además compartían amistad e inquietudes artísticas.

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¿Por qué Sinsombrero?

Reza el dicho que «donde no hay cabeza, no hace falta sombrero». La anécdota contada a continuación le da una vuelta al dicho. A veces para mostrar lo que hay en la cabeza, es mejor ir sin sombrero.

Para una mujer de los años 20, quitarse el sombrero en público era un acto de rebeldía; una muestra de transgresión que en el caso de nuestras protagonistas era una forma de querer airear y dejar que floreciera lo que aguardaba dentro de sus cabezas, metafóricamente hablando.

La pintora Maruja Mallo lo recuerda así: “Un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas y, atravesando la Puerta del Sol, nos apedrearon llamándonos de todo”.

El simple gesto de quitarse el sombrero como reclamo de un pensamiento nuevo y libre mientras paseaban «sinsombrero» por la Puerta del Sol, dio nombre al conjunto. Sin quererlo generaron una estrategia de marketing valiente y rompedora como ellas mismas, que a nadie se le escapa de la cabeza.

 
España, los años 20.

Para poder comprender y empatizar con esta agrupación de mentes creativas es indispensable conocer la sociedad de la época: La España gobernada por Primo de Rivera no era precisamente la quintaesencia de la modernidad. La desigualdad entre sexos era lo estándar en una ciudadanía con fuerte arraigo paternalista. Esta realidad impulsó la aparición de movimientos feministas y sufragistas por parte de todas aquellas que demandaban una igualdad frente al hombre a la vez que eran conscientes de sus capacidades intelectuales, creativas y profesionales, y no solamente demostrando su valía como madres, hijas o esposas.

 
Ellas.

Syllabus Sinsombrero

«Eres misteriosa. Te amo. Eres hermosa, inteligente y virtuosa, y esa es la combinación más extraña que existe». Scott Fitzgerald, (1896-1940).

Oficialmente se habla de ocho mujeres, aunque fueron más. Ocho amazonas de la cultura, ocho señoritas vanguardistas autodidactas y transgresoras que vivieron haciendo lo que creían que tenían que hacer y lo que les apetecía también.

Teniendo en cuenta la realidad sociopolítica y las restricciones propias de los años 20 y 30, es para «quitarse el sombrero».

Viajaban, fumaban, asistían a tertulias con la aristocracia intelectual del momento, iban a la moda en el sentido más amplio de la palabra, escribían, esculpían, actuaban… pensaban en alto. Los ecos del Jazz Age atravesaron el Atlántico y llegaron hasta los humeantes cafés de la bohemia madrileña (imposible no mencionar el Café Gijón), lugares de unión y efusividad literaria, epicentros artísticos donde ellas no faltaron.

Imprescindible para conocer la efervescencia feminista de finales de los 20 fue el Lyceum Club Femenino, donde la aristocracia intelectual femenina expandía sus ideas y peleaba por sus derechos.

Lyceum Club Femenino

Algunas Sinsombrero en el Lyceum Club Femenino.

Conozcámoslas un poco mejor.

Marga Gil Roësset (Madrid 1908 – Madrid 1932).

Provenía de una familia acomodada, lo que le facilitó el acceso desde pequeña a un nivel cultural literario muy superior a la media de aquella época. El fruto de esta educación fue una niña con un talento extraordinario. A los 12 años escribió, editó e ilustró el cuento «El niño de Oro», aunque siempre será recordada como escultora.

Un alma autodidacta, estoica, privilegiada y un poco underground. Vivió enamorada de Juan Ramón Jiménez, casado por entonces con Zenobia Camprubí al que dedicó estas líneas:

«… Qué sé yo por qué te quiero tanto … vamos … sí sé … comprendo muy bien que se quiera así … pero … querría no quererte tanto … aunque mi única razón de ser … es esa… y también mi única razón de no ser … . En amor … no cabe una intervención razonada… quieres o no quieres».

Destruyó casi toda su obra y se suicidó a los 24 años convencida de que había fracasado como escultora.

Se cree que Antoine de Saint-Exupéry conoció sus dibujos y que le inspiraron para escribir El Principito.

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Josefina de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria 1907 – Madrid 2002).

Tenía un aire a Clara Bow, la actriz que en 1927 tocó las estrellas de Hollywood con «It«.

Josefina fue uno de los exponentes de modernidad de su generación, más conocida como actriz que como poeta aunque dentro de su personalidad arrolladora había espacio para varias formas de expresión vanguardista: a los 20 años escribió su primer libro de poemas, Versos y estampas, con  prólogo de Pedro Salinas; en los años 30 realizaba los doblajes en español de Marlene Dietrich para la Paramount, pero no se quedó ahí, también fue guionista, compositora y ayudante de dirección.

Josefina de la Torre

∞∞∞

Maruja Mallo (Lugo 1902 – Madrid 1995).

Recordamos a la Sinsombrero Maruja Mallo maquillada con profusión, como una guerrera desafiante armada con paleta y pinceles, europea y moderna donde las hubiera.

Fue una pintora surrealista de fuertes convicciones anticlericales y republicanas. Como muchos de sus artistas contemporáneos, obtuvo mayor reconocimiento a nivel internacional que dentro de nuestro territorio (llegó a exponer con éxito en Nueva York). Fue una mujer estrafalaria, rompedora, con un talento y talante indomablemente creativo; poseedora de una cosmovisión solo propia de los grandes surrealistas.

La categoría artística de la Mallo era indudable y eso no era empresa fácil para los críticos, que a pesar de exaltar su obra y por el hecho de ser mujer, a menudo la masculinizaban en un intento de justificar su talento.

Fue cómplice y amiga de Concha Méndez, Federico García Lorca, María Zambrano, Luis Buñuel, Salvador Dalí y Rafael Alberti con quien mantuvo una apasionada relación sentimental hasta 1931.

∞∞∞

María Teresa León (Logroño 1903 – Madrid 1988).

Rafael Alberti dijo de ella que era «la chica más guapa de Madrid». Ella se convirtió en la mujer de su vida y finalmente se casaron en 1932. Compartieron ideas políticas, se afiliaron al Partido Comunista y participaron activamente en la Guerra Civil española; fue entonces cuando fundaron la revista El Mono Azul. Vivieron exiliados en un largo viaje por Sudamérica y Europa.

Más allá de su relación con Alberti, María  era una joven valiente que dejó a un lado su origen burgués para desarrollar su altura intelectual. Era una «mujer de armas tomar» en el sentido más amplio de la expresión. Cuenta la leyenda que cuando visitaba el frente durante la guerra, llevaba un revólver a la cintura que claro, nunca llegó a utilizar.

Destaca su obra «Juego Limpio» escrita durante su exilio en 1959 en la que cuenta la historia de una compañía de teatro durante la Guerra Civil. La novela que incorpora numerosos hechos vividos y personajes reales es sin duda dura y nostálgica más que política. La autobiográfica «Memoria de la Melancolía» (1970) relata sus experiencias personales y literarias durante la guerra y el exilio.

Con Federico García Lorca y Rafael Alberti.

∞∞∞

Rosa Chacel (Valladolid 1898 – Madrid 1994).

Su salto al ruedo literario se produjo cuando dió su primera conferencia «polémica» en el Ateneo de Madrid sobre «La mujer y sus posibilidades». A partir de ahí entabla amistad con José Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna, o Juan Ramón Jiménez. En 1921 empezó a colaborar en Ultra, la revista más representativa de la Vanguardia. También publicó en La Revista de Occidente los relatos «Chinina Migone», 1928, y «Juego de las dos esquinas», 1929 y en La Gaceta Literaria.

Durante la Guerra Civil colaboró con la prensa republicana y trabajó como enfermera. Recibió el Premio de la Crítica por «Barrio Maravillas» (1976), una de sus novelas más célebres.

Su obra es introspectiva e íntima y a pesar de haber sufrido el exilio, no es un tema recurrente en su narrativa.

∞∞∞

María Zambrano  (Vélez-Málaga 1904 – Madrid 1991).

«Prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila».

La que fuera la alumna predilecta de José Ortega y Gasset, llegó a convertirse en una filósofa internacionalmente reconocida. Transmitía su pensamiento filosófico de una manera cercana, como si el lector fuera su cómplice. El Vitalismo, movimiento filosófico al que perteneció, utiliza la filosofía como método de vida.

A principios de los años 30 fue habitual colaboradora de la Revista de Occidente, en Cruz y Raya, Los cuatro vientos y Azor.

Célebre feminista al igual que Maruja Mallo, entiende que la noche, el alma, el misterio y lo sagrado son características intrínsecas a la mujer. Considera que para alcanzar la igualdad, la mujer no debe emular al hombre, ya que esto restaría valor a «lo femenino» y libertad a las mujeres.

Aunque la Guerra Civil la encontró en La Habana, quiso volver a España -según sus propias palabras- porque la guerra estaba perdida.

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El 28 de febrero de 1985 fue nombrada Hija Predilecta de Andalucía. Fue la única Sinsombrero que recibió en España los dos máximos reconocimientos literarios: el Premio Príncipe de Asturias en 1981 y el Premio Cervantes en 1988.

∞∞∞

Ernestina de Champourcín  (Vitoria 1905 – Madrid 1999).

Ernestina de Champourcín dedicó su vida a la poesía. Está considerada la mejor poeta femenina de la generación del 27. De origen aristocrático, recibió una exquisita educación, culta y también religiosa aunque ella era republicana.

Champourcín fue discípula de Juan Ramón Jiménez y en toda su obra se nota la presencia de este autor, especialmente en el lenguaje metafórico. Escribió mucha poesía de amor que irradiaba una sensualidad y belleza innegable.

«Soledad«.

Todos van, todos saben…
sólo yo no sé nada.

Sólo yo me he quedado
abstraída y lejana,

soñando realidades,
recogiendo distancias.

Cada pájaro sabe
qué sombra da su rama,

cada huella conoce
el pie que la señala.

No hay sendero sin pasos
ni jazmines sin tapia…

¡Sólo yo me he quedado
en la brisa enredada!

Sólo yo me he perdido
en un vuelo sin alas

por poblar soledades
que en el cielo lloraban.

Sólo yo no alcancé
lo que todos alcanzan

por mecer un lucero
a quien nadie besaba.

∞∞∞

Concha Méndez (Madrid 1898-México 1986).

Como el resto de sus compañeras de generación Concha provenía de una familia culta y adinerada. También coincide con sus colegas en su carácter independiente, pionero, viajero, luchador y atrevido. Solía veranear con su familia en San Sebastián, allí conoció a Buñuel en 1919, con él mantuvo una relación durante 5 años. Gracias a sus veraneos en el norte, se convirtió en una gran nadadora, llegando incluso a competir y a ganar premios.

Vivió en varios países, destacando Inglaterra, donde se casó con el también poeta Manuel Altolaguirre en 1931 y Argentina, país que la inspiró para escribir «Canciones de Mar y Tierra» en 1930. En este poemario se aprecia la influencia de Alberti y luce la tendencia de la época y los intereses personales de Concha: el cine, los automóviles, la moda, el jazz y los deportes. Pero son los poemas de «Sombras y Sueños» (1944), los mejores considerados por la crítica.

«Eran verdes como un mar«.

Eran verdes como un mar,
con reflejos de alto cielo.
-¡Qué bien sabían mirar!-
unos ojos que recuerdo.

En la penumbra lucían
con una luz de misterio,
como dos claros abismos
abiertos a mil deseos.

Muchas horas tuve cerca
los ojos verdes aquellos,
que implorantes me miraban
¡y yo hacía por no verlos!

Y hoy que mirarlos quisiera,
están tan lejos…, ¡tan lejos!

∞∞∞

No olvidemos a las pintoras y miembros de esta generación Rosario de Velasco, Margarita Manso y Ángeles Santos.

Si te ha interesado este artículo, no deberías perderte este documental indispensable para conocer mejor a las Sinsombrero. Una constelación que debe volver a brillar.

 

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