Hablar mal no está tan mal

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¿Quién no lo ha pensado alguna vez?, una palabrota en el momento adecuado, solo o con audiencia, sienta de maravilla y es un remedio instantáneo.

-¿Cómo?

-Tal cual, sigue leyendo y te convencerás.

 

Elocuencia garantizada

Lo saben hasta los niños, el «taco», grosería, palabrota, insulto, juramento, ordinariez (¿alguien conoce más sinónimos?) tiene su ciencia, pero ojo, no vale todo. La clave está en disparar la palabra malsonante en el momento preciso. Entonces no te sentirás lleno de ojos que piensen, valga la sinestesia, «joder que maleducado», sino que esos ojos pensarán «¡bingo!». Un taco bien colocado no cabe duda que da brillantez y expresividad al lenguaje, es una cuestión de calidad del habla.

 

Insultar con gracia

No pretendo hacer apología de la mala educación ni del hablar mal, es más, como prueba de lo anteriormente dicho fíjate en lo que decían algunos de nuestros más ilustres escritores:

Camilo José Cela. Cela es mucho Cela y muchos hombres al mismo tiempo, conocía el poderío del taco, lo defendía y practicaba con precisión.

Esta es una de sus anécdotas más ingeniosas:

Tuvo lugar en el Senado el 19 de junio de 1977, donde Cela ocupaba un escaño por designación real. Durante la sesión, el presidente de la cámara llamó varias veces la atención al escritor al que había sorprendido echando una cabezadita. Con tono autoritario le despierta y reprueba…

-El senador Cela estaba dormido…
El aludido respondió:
-No, señor presidente, no estaba dormido sino durmiendo…
El presidente pica el anzuelo:
-¿Acaso no es lo mismo estar dormido que durmiendo?
Y el Nobel le da una lección de lengua española:
-No, señor Presidente, como tampoco lo es estar jodido que jodiendo.

Otro ejemplo es el término «coño». Como interjección se utiliza para expresar sorpresa, enfado o distintos estados de ánimo («¡qué coño pasa!»). Es una muletilla conversacional manifiesta y habitual. El escritor gallego, académico, Premio Nobel y famoso por su espíritu provocador peleó hasta que la palabra formó parte de las páginas del diccionario de la RAE.

En el siglo XVII (también llamado Siglo de Oro) Quevedo era un maestro del insulto. Un espadachín del verbo.

“Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen”.

Con un estilo mordaz y agresivo que iba «directo al hueso», pretendía ridiculizar a su eterno rival Góngora. Por todos es conocida la mala relación que tenía con él, llegando incluso a lo personal. Le dedicó perlas como estas:

 

«Yo te untaré mis obras con tocino

Porque no me las muerdas, Gongorilla,

Perro de los ingenios de Castilla,

Docto en pullas, cual mozo de camino».

 

A sus insultos, Góngora respondió:

 

«Anacreonte español, no hay quien os tope.

Que no diga con mucha cortesía,

Que ya que vuestros pies son de elegía,

Que vuestras suavidades son de arrope».

 

Góngora y Quevedo, enemigos más allá de las letras.

Góngora y Quevedo, enemigos más allá de las letras.

 

Pero su ataque más famoso al escritor cordobés está en estos versos:

 

Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba,

érase un pez espada muy barbado.

 

Era un reloj de sol mal encarado,

érase una alquitara pensativa,

érase un elefante boca arriba,

era Ovidio Nasón más narizado.

Que te llamen «ectoplasma» o «coloquinto» hoy en día puede ser hasta bueno, lo digo por lo de aprender dos palabras nuevas, ya que estamos en un momento donde la lectura y el input léxico vienen determinados por la cantidad de horas frente al smartphone. Si el que te insulta es el capitán Haddock, marinero borrachín y malhablado que cuando está «en vena» es un maestro del insulto inteligente, simpático, cargado de imágenes subacuáticas y de bichos raros, incorporarás a tu vocabulario un repertorio insultantemente original.

 

Sé original

Aprovecha, puestos a insultar haz como Haddock y lúcete. Un poco de excentricidad convertirá tus «insolencias» en algo divertido. Una buena idea es mirar al pasado y elegir entre términos «descatalogados». Lo vintage y lo barroco unidos en busca del insulto ideal:

El español tiene palabras denigrantes que descalifican y con las que probablemente el descalificado no se dará por aludido:

Chiquilicuatre:»mequetrefe»,»tonto»,persona, frecuentemente joven, algo arrogante e informal. Persona de poca entidad y entrometida, mediocre y con escaso nivel social y económico. Equivale a otras como «zascandil» o «chisgarabís».

Petimetre: según la RAE, la palabra proviene del francés petit maître, es decir, “señorito”. Persona joven que se preocupa en exceso de su aspecto y de vestir según la moda, aspirando a que lo vean como un aristócrata. El término aparece en la obra de Molière de 1671, El burgués gentilhombre en la que un miembro de la clase media aspirante a aristócrata está obsesionado con demostrar una elegancia que no le corresponde. ¿No tiene este término un poco de hipster o… al revés?

Cantamañanas: Persona informal, fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito. Alguien que se compromete a cosas que es incapaz de realizar. Durante el Siglo de Oro «mañana» se utilizaba para mostrar desacuerdo o expresar contrariedad con alguna cosa. Así, cuando se le pedía a alguien que hiciera algo que no quería, la respuesta podía ser:

– Mañana harélo.

A lo que se replicaba:

– Ya cantó mañana

Insultar tiene su arte y la lengua española es de gran riqueza. Tener desparpajo es tener estos insultos en tu idiolecto: botarate, cabestro, carapan, soplagaitas, cazurro, cebollino, sabandija, hurón, gilipuertas, percebe, crápula, zoquete, tordo, cansalmas, algarrobo…

 

El beneficio personal

Las groserías son parte de nuestra vida, las pronunciamos de media 0,5 veces al día. Saltémonos los aspectos culturales sobre qué es y qué no es una grosería y pensemos en sus propiedades persuasivas y analgésicas, que las tiene, está estudiado.

Al pronunciar groserías estamos comunicándonos de manera intensa sin recurrir a la violencia física, es decir, la tensión acumulada se manifiesta con palabras (malsonantes eso sí) en lugar de actos. Los mensajes ganan en contundencia, captando la atención de nuestro interlocutor.

El psicólogo Richard Stephens ha revelado en un estudio que las palabrotas pueden hacer el dolor más soportable. Ayudan a reducir el dolor físico (y espiritual si se me permite). «He reflejado, que quienes pronunciaban groserías soportaban el dolor más tiempo que quiénes no lo hacían, dado que su ritmo cardíaco aumentó posibilitando la tolerancia al dolor».

 

Resumiendo, si crees que te va a beneficiar física y emocionalmente, que vas recuperar y divulgar términos en desuso, que te van a entender con lucidez y que se van a reír contigo, sé un poco malhablado o  mejor dicho sé extra-ordinario.

 

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