Santander, ciudad literaria.

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Un muro donde podemos leer un extracto de Sotileza de José María Pereda.

 

Por Cristina Vidal

Cristina Vidal, licenciada en Filología Hispánica y experta en la poesía del XX, es desde Junio de 2014 profesora de español y literatura en Syllabus. Su sincera implicación y vocación en la enseñanza son sus credenciales y quienes mejor lo saben son los alumnos que asisten a sus clases.

Son las 9 de la mañana de un radiante 28 de agosto de 2014 y voy a dar comienzo a la clase de literatura y poesía. Este verano los días de sol y buen tiempo parecen no tener fin, por eso y porque las clases en vivo despiertan la curiosidad de los alumnos mejor que ninguna otra, nos reímos y asimilamos mejor la información, la lección de hoy la vamos a dar en la calle. Nos encontramos en la Biblioteca Menéndez Pelayo, muy cerca del Ayuntamiento, allí vamos a visitar la Casa Museo.  Es un lugar en el que me podría quedar toda la mañana, una construcción de madera que muestra los dos pisos en los que se encuentran más de cuarenta mil obras, todas ellas a nuestra disposición.

Una alumna se interesa por la extensísima biblioteca particular de este escritor y crítico literario santanderino  y me pregunta: «¿Por qué su biblioteca está fuera de la casa?» La respuesta resulta tan curiosa como anecdótica, el niño Menéndez Pelayo ávido de conocimiento, traía todos los libros que tenía posibilidad de comprar con sus pequeños ahorros. Su madre, cansada de tener todos los armarios de la casa llenos de volúmenes de la mejor literatura, pidió a su marido que buscase una solución. Así fue como el padre de este escritor construyó una biblioteca al otro lado del jardín para que su hijo acumulase sus obras literarias. Más tarde, al morir, legó a su ciudad natal todas las obras y su biblioteca, donde en esos momentos nos encontrábamos.

Al salir seguimos con la curiosidad de conocer más sobre la literatura en Santander y dejamos atrás la calle Alta, donde nació el anterior escritor, para descubrir la rampa de Sotileza. Tal vez sea el monumento más sorprendente (en la imagen). Les explico que la rampa de Sotileza lleva el nombre de una de las grandes novelas de Pereda y que aquello que ven escrito en la piedra son fragmentos de esta. El sol no solo acompaña una divertida clase en la calle, sino que se asoma entre los edificios para reflejar toda la inscripción, el metal de sus letras. Parece que el texto quiera llamar nuestra atención y nos invite a su lectura. Tal vez en un futuro se animen a hacerlo.

Llegó la hora de recitar poesía y de conocer a José Hierro. En semicírculo rodeamos su monumento en Puerto Chico, los raqueros descritos en las obras de Pereda nos observan desde cerca. Todos los autores parecen estar en irónica relación. A pesar de ser natural de Madrid, podemos comprender el amor de José Hierro por Santander, por su mar bravo, por su bahía, pocos lugares tienen esta magia. Las palabras del poeta se quedan en el aire y reflexionamos sobre lo que quieren decir, cada uno interpreta según sus sentimientos. Con este pensamiento nos dirigimos hacia nuestro último destino.

Terminamos el recorrido sentados en la terraza del Café de Pombo, una cafetería que nos recuerda a aquellos encuentros literarios como los del Café Gijón de Madrid. Entre bromas recordamos alguna anécdota, la amistad entre algunos escritores…quizá el día de mañana alguno de ellos forme parte de todo esto. Es entonces cuando hacemos la pregunta: “¿Qué tienen en común Menéndez Pelayo, José Hierro, Gerardo Diego o José María de Pereda?”  Todos ellos están relacionados de algún modo con Santander, como ahora nosotros.

Aunque parece no terminar nunca,los chicos están satisfechos con la clase. Les prometo una segunda parte porque nos hemos dejado «escritores en el tintero», como el importante Gerardo Diego. Nos despedimos hasta el día siguiente y con sus mochilas al hombro caminan hacia la playa.

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