María Félix, «la Doña», la mujer que pudo reinar en Hollywood.

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Ni Ava Gardner, ni Elizabeth Taylor, ni Rita Hayworth, ni Sofía Loren. Todas ellas a la vez. Se llamaba María Félix y fue la diva indiscutible de la Época de Oro del cine mejicano. Hoy en Syllabus Blog rendimos homenaje a esta mujer arrolladora.

La Doña

Nació en Sonora, Méjico, el 8 de abril de 1914 y murió exactamente 88 años después. Fue una mujer hecha a sí misma. Ya de niña apuntaba maneras, se sentía más a gusto trepando árboles y perfeccionando sus dotes de amazona -llegó a convertirse en una jinete experta- que con las aficiones convencionales de las jóvenes. Profesionalmente fue descubierta (un día cualquiera mientras paseaba por una calle de Ciudad de Méjico), por el director de cine Fernando Palacios, a través de quien consiguió su primer papel, el drama romántico El peñón de la ánimas de 1942 junto a Jorge Negrete, con quien se casaría 10 años después.

Su belleza racial y salvaje hicieron de ella una diosa de guapeza desde su adolescencia. Pero había más. Era orgullosa, mordaz, desafiante, temperamental, sofisticada, independiente, altanera, cruel, irónica, glamurosa y por supuesto inteligente.

Tanta y tan intensa es su hermosura, que duele. Jean Cocteau, 1950.

Los papeles que interpretó parecían estar hechos a su medida. Fue de esa clase de actrices cuyos papeles parecían un reflejo de su propia vida y viceversa: la vimos haciendo de revolucionaria, protagonizando dramas rurales y adaptaciones literarias.  Eso convertía a la Doña -apelativo con el que se quedó después de rodar Doña Bárbara – en un personaje creíble y querido en el Méjico de los años 40. Una especie de heroína de supervivencia a nivel popular.

Su vida fue también de película. Se casó 4 veces y tuvo multitud de amantes (el torero Luis Miguel Dominguín, el cantante Jorge Negrete o el compositor Agustín Lara por citar algunos). Se convirtió en una mezcla de icono de mujer valiente y femme fatale que atraía a sus seguidores como si de una «deidad mexicana» se tratase.

 

«Soy más cabrona que bonita»

Hace falta tener mucho amor propio cuando te plantas con una locución de esta jaez.

Directa y contundente, así era ella. Muchas de las frases que la hicieron famosa parecen estar dichas por los personajes que interpretaba. Estas son solo algunas de sus perlas más inolvidables:

No basta con ser bonita, hay que saberlo ser solía decir o la mítica vale más dar envidia que dar lástima.

Consciente de ser referente de un feminismo poderoso cercano a lo que hoy conocemos como hembrismo, dejaba clara su posición ante la vida:

Es preciso que la mujer sea fuerte, que sea firme, que sea autónoma en la medida de los posible, que busque tener una vida independiente, claro con su papel de madre, con su papel de esposa. Eso está bien. Yo he sido madre y esposa y lo he sido a fondo pero me he forjado a pulso y me he hecho yo una vida propia.

Sobre Méjico: Protesten, quéjense, no se dejen, prepárense, hagan de su vida lo que ustedes desean y no lo que sus hombres les permitan ser. Amen y háganse amar. No se conformen con poco. Este será de hoy en adelante un país de mujeres. Ahora nos toca.

La Doña no fue una diva de personalidad volátil. Consciente de lo duro que era abrirse camino en aquel Méjico machista, desde su posición, peleaba por la dignidad de sus gentes, sobre todo insuflando amor propio en las mujeres.

Los mexicanos aprendemos del fracaso.

Decía que tenía alma de mariachi, como aquellos que cantaban y bailaban en las cantinas mientras el tequila corría como el agua y las carcajadas rebotaban en las paredes hasta el amanecer. También el mito erótico fue cercano a un público modesto, incluso desamparado, al que no levantaba la ceja ni helaba con la mirada. Tal vez el más merecedor de todas aquellas grandes tardes de gloria que emitía el proyector.

Conoció muchos hombres, vivió mucho y sin privarse de nada, al más puro estilo de las estrellas norteamericanas, y a juzgar por sus épicas máximas, perfectamente podría haber escrito un manual:

Habiendo tantos hombres… ¿llorar por uno?

A un hombre hay que llorarle tres días… y al cuarto, te pones tacones y ropa nueva.

El hombre es infiel por naturaleza… bueno y la mujer también.

Soy una mujer extremadamente antisocial, prefiero tener la atención de un solo hombre brillante que la de una horda de imbéciles.

Yo seré para ti una mujer más en tu vida, pero tú un hombre menos en la mía.

No des una segunda oportunidad a quien no aprovechó la primera.

Hay algunos hombres que no me convenían, unos por feos, otros porque estaban muy pobres y a mí no me gusta andar pidiendo medias. 

Yo nunca he llorado por un hombre porque en el momento en que no me quiere él, ya no lo quiero yo.

Y la agudísima y reconfortante: no te sientas mal si alguien te rechaza; la gente rechaza lo caro cuando no puede pagarlo.

Las ruedas de prensa eran un buen momento para repartir justicia entre quienes intentaban apocar su capacidad verbal. Es famosa la contestación al periodista argentino que le preguntó…

– ¿Doña es usted lesbiana?
– Si todos los hombres fueran como usted pero inmediatamente
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Hollywood para vosotros

Era habitual que el Hollywood de los años 50 pusiera sus ojos en las bellezas de habla hispana o en toda aquella actriz morena que emanara ese poderío étnico tan buscado para el papel de india protagonista o de mejicana. Le ocurrió a la española Sara Montiel en Veracruz y a las maggioratas Sofía Loren y Claudia Cardinale. Pero María Félix, una orgullosa mejicanaza de armas tomar, no entró en el juego de Hollywood.

¿Y por qué no quisiste trabajar en Hollywood?

No trabajé porque no me ofrecieron algo que realmente valiera la pena. Me ofrecieron indias Cheyenne y no me pareció: las indias las hago en mi país. En el extranjero solo encarno a reinas.

Así de contundentes sonaban sus negativas. Además por aquel entonces la Doña ya era «un nombre» en Italia, Francia y España, así que pudo permitirse el lujo de rechazar papeles en Hollywood que posteriormente interpretarían estrellas de la talla de Ava Gardner, Jennifer Jones, Kim Novak, Rita Hayworth u Olivia de Havilland.

Nunca me arrepentiré de haberle dicho que no a Hollywood, porque mi carrera en Europa se había orientado hacia el cine de calidad.

 

Si queréis profundizar en el personaje no dejéis de ver EnamoradaRío escondido, Doña Diabla o La Cucaracha.

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